
Mi padre fue muy feliz cuando yo nací porque ya no esperaba tener más hijos y decidió que disfrutaría mi infancia todo lo que pudiera. El hecho de que yo fuera niña, de que fueran los años sesenta (del siglo pasado, ouch!) y que las cosas que se le ocurrían no eran del todo bien vistas, le importaba un pepino. Él estaba propuesto a disfrutar y unos cuantos convencionalismos no lo iban a detener.
A él le gustaba muchísmo ver deportes, en su juventud había practicado unos cuantos: atletismo, futbol, baloncesto, voleibol y como además de presenciarlos, quería convivir conmigo, la solución era enseñarme desde pequeñita cuáles eran las reglas, cómo se jugaban y todo eso. La decisión (y posiblemente la energía) no le alcanzó como para jugar conmigo a todas esas cosas porque mamá me cubría con una espesa capa de sobreprotección. No quería que me cayera ni que me ensuciara ni que me hiciera raspones ni nada de nada... así que el buen hombre se conformaba con ver los partidos por TV conmigo y comentar con su niña las jugadas.
En Monterrey había un equipo de futbol de primera división, los Rayados de Monterrey. Era el equipo de toda la vida de mi ciudad y obviamente era su favorito.
Cada que jugaban en Monterrey, íbamos a verlos al estadio. Ahora que lo pienso debimos ser una figura medio chistosa, en aquellos tiempos no se estilaba que las niñas fueran a ver partidos de futbol al estadio y menos tan pequeñas. Recuerdo que nos sentábamos siempre con el grupo de amigos que él tenía, todos eran profesores como él o a veces también exalumnos. Era un grupo muy simpático... todos hombres. Papá me compraba un refresco y para él una cerveza. Comíamos tortas (bocadillos) de los que vendían allí mismo y que debían ser de lo más corrientes pero que a mi me sabían a gloria... todo esto duró más o menos de mis tres a mis cinco años. A los amigos de papá al principio les hacía gracia que la niña tan chiquita gritara como loquita: "Árbitro vendidoooooooooooo", "Eso no fue fuera de lugaaaaaaaaaar" y cosas asi, pero creo que poco a poco el chiste fue perdiendo gracia porque un día le pidieron que no me llevara más. Se conoce que mi presencia les impedía gritar todas las palabrotas que merecían algunas jugadas y como yo me iba haciendo mayor me parece que les molestaba un poco . Yo extrañé mucho esas idas al estadio con mi padre y de hecho no volví hasta muchos años después.