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La niña y su gran amor




He estado dando muchas vueltas acerca del siguiente tema para escribir en este blog y al final me he dado cuenta que no podía seguir sin darle un marco, un organizador. Ese eje es mi papá. Como ya dije cuando yo nací él tenía ya cincuenta años y se dio cuenta que yo sería su última hija. Él era profesor en la Escuela Normal Superior de Maestros que en ese tiempo preparaba a quienes iban a trabajar como profesores de secundaria, para alumnos de 12 a 15 años de edad. Papá había sido profesor por casualidad, en realidad quiso ser ingeniero pero como era el tercero de una familia de once hermanos le tocó ser de los que trabajaban para sacar adelante a los más pequeños y tuvo que estudiar lo que pudo, cuando pudo.





En mi casa mamá era la ley y papá era el orden, pero un orden muy cariñoso. Al menos conmigo fue sumamente dulce. La dirección de este blog es "mi duraznito" porque era así como él me llamaba. Para quien no lo sepa, un durazno es un tipo de melocotón.
Era un tipo espléndido. Creo que parte de su manera de ir por la vida fue resultado de su paso por la masonería, que lo ayudó a matizar la religiosidad exacerbada que muchos de sus parientes padecen y hacen padecer a los demás y lo ayudó a ser mucho más tolerante, inteligente y feliz… sin renunciar a un carácter volátil que lo hacía estallar en un enojo monumental que se calmaba en un par de minutos. Mamá decía que era un cerillito porque se encendía y al momento se apagaba.

Él fue mi mejor amigo, mi confidente, el lugar donde yo podía descansar. Gracias a él, creo que fui la única niña de Monterrey que jugó con una muñeca negra en los años sesenta. Sembró las bases para que yo fuera una persona un poco más tolerante e independiente, fomentó mi creatividad, mi curiosidad. Puso a mi alcance una variedad de experiencias de aprendizaje tan grande que iban desde clavos y martillos hasta papalotes (cometas) y todo lo que pueda haber entre esos extremos. Me impulsaba a escuchar música, a leer, a construír cosas con papel, plastilina, pegamento, madera. Posiblemente lo que más le agradezco es que además de hacerme sentir muy querida, me hacía sentir que yo era una persona sobresaliente. Puso las primeras piedras de lo que hoy es mi autoestima.
También puedo decir que gracias a él y a mamá crecí en un mondo de fantasía donde los papás no se iban a comprar tabaco para no volver, ni se quedaban sentados a la mesa mientras les servían la comida, ni se quejaban de lo sucia que estaba la casa sino que se ponían a limpiar ellos. Papás que se planchaban las camisas y cocinaban la cena. Como dije al principio de esta nota, un marco sin el que no se entendería mi vida.

Mis primeros recuerdos

Decía mi primo Guillermo que un rasgo de la familia era tener recuerdos realmente tempranos de nuestra infancia. No sé si él tenía razón, lo que si sé es que cuando yo le contaba a mi mamá que recordaba estas cosas me decía que no podía entender de dónde sacaba yo esas imágenes porque nadie me las había contado. El caso es que yo las sigo viendo...
Veo la cama cuna donde me acostaban y que tenía una tapa de mosquitero encima



Y veo las manos morenas de mi papá poniendo chicles de colores encima de esa tapa



y veo su cara sonriéndome y haciéndome gracias... y veo mis manos tratando de alcanzar esos trozos de color que me gustaban tanto. Parece ficción pero juro que es mi primer recuerdo.
También recuerdo la sensación de ir caminando y de pronto irme al suelo porque pareciera que la cabeza me pesara demasiado y levantarme cogiendo una mesa y recuerdo la voz de mi papá diciendo que yo había llegado con un pan bajo el brazo porque había traído el primer coche que tuvo mi familia.

Mi nombre




Con mis hermanos la cosa fue fácil. Mi hermano se llama como mi padre y tiene como segundo nombre el de mi abuelo materno. Mi hermana se llama como mi madre y tiene como segundo nombre el de mi abuela paterna. En los planes de mi mamá todo cuadraba y estaba muy políticamente correcto... claro, hasta que llegué yo a descuadrar el asunto.
Resulta que ya no había nombre de padres que repetir... cuentan papá y mamá que estuvieron barajando diferentes posibilidades: Daniela en honor a mi tío el médico y homenajes similares. Mi prima que tenía cuatro años y que por ese entonces había visto Bambi quería que me pusieran Flor porque en esa película salía no sé qué personaje de ese nombre. Todavía hoy se repite en la familia su petición: "¡Pónele Fol!"
Mis padres valoraron la idea hasta que mi hermano salió en mi defensa diciendo que si me ponían ese nombre, cuando estuviera en la escuela me llamarían "coliflor".
Hay que aclarar que en mi familia tenemos un sentido del humor muy... que somos unos burlones, vamos. Que cuando nace un niño antes de nombrarlo examinamos todas las maneras en que la gente puede burlarse del nombre para curarnos en salud.
Al final mi mamá recurrió a los libros. Tenía un diccionario enciclopédico que en la parte final contenía un glosario de nombres y sus significados. De allí sacó el que sería mi primer nombre: Edith.
Y se quedó tan ancha. Con eso para ella era suficiente. Para papá no. Él decía que si mis hermanos tenían dos nombres no era justo que yo tuviera solamente uno. Siguieron dándole vueltas al asunto hasta que un día mi papá se encontró por la calle a una amiga suya que era maestra y le contó en qué fase estaba el dilema del nombre de "la niña". La buena mujer (al fin maestra) comenzó un interrogatorio:
- ¿cómo se llama su hijo mayor?
- pues tal y tal por el papá de mi señora...
- ¿y su hija la que sigue?
- Pues tal y tan por mi madre...
- y... ¿la madre de su señora cómo se llama?
- Pues se llama Andrea...
- Pues ya está, "la niña" se debería llamar Edith Andrea...
Mi padre vió la luz y corrió a casa a darle a mamá la noticia de que "la niña" ya tenía nombre. A mamá no le gustó nunca pero ¿cómo se iba a negar si era el nombre de su madre?...

Mis canciones de cuna

Mis primeros recuerdos van acompañados de música, la que me cantaban para dormir o para despertar. Cada vez que vuelvo a oír algunas de esas canciones tengo otra vez esa sensación de ternura y cariño que me daban papá y mamá.
Ahora sé que no eran padres muy convencionales y eso marcó la manera en que me acompañaron. Recuerdo que mamá era la que me dormía. No le costaba mucho trabajo, siempre he sido de sueño fácil. Ella eligió dos melodías para que fueran mis canciones de cuna. me ponía el disco o me las cantaba ella. Una de ellas era Oye la Marimba, de Agustín Lara:




La otra era Recuerdos de Ipacarí, que es una canción del folcklore paraguayo.



Para despertar, recuerdo a mi papá que me cantaba una cancioncita que seguramente inventó él porque nadie más que yo conozca la recuerda ni mucho menos la he vualto a oír después de que él murió. Decía algo así como:

"Buen día, oh sol, dime porqué
hoy tan madrugador
Anoche cuando me acosté
te fuiste por allá
ahora que despierta estoy
tú vienes por acá"

Al cantármela señalaba con su mano lo que supongo sería el este y el oeste. Mis días siempre empezaban y terminaban con música, sin importar lo cansados que estuvieran mis padres.

Mi nacimiento




Cuando nací, mi padre tenía cincuenta años y mi madre cuarenta y uno. Ellos ya tenían otros dos hijos y yo fui la más pequeña de la familia. Mi hermano nació diecisiete años antes que yo y mi hermana me lleva quince, por lo que mis primeros recuerdos son en una casa llena de adultos que me querían mucho.

No se puede decir, sin embargo, que yo fuera una niña deseada. Supongo que mi llegada al mundo fue una señal de que mi carácter no iba a ser muy sencillo que digamos.

Mi madre siempre fue una mujer muy fuera de su época. Cuando nació mi hermana y el médico le dijo que no podría tener más hijos se quedó de lo más contenta porque además de que no quería tener más de dos, no quería dejar de trabajar como maestra y ya bastante le costaba mantener la imagen de mujer profesional perfecta, ama de casa perfecta, madre perfecta, esposa perfecta... si ya no había más niños, ¡mejor!. por eso cuando tenía cuarenta años y de pronto se dio cuenta que no tenía la regla pensó muy aliviada que había llegado la menopausia. Llamó por teléfono a un tío mío que era médico y le dijo eso, que se le "había levantado". Mi tío le recetó hormonas. Después notó que comenzó a subir de peso y que le estaba creciendo una pancita muy rara... una amiga le contó que en la farmacia vendían unas pastillas geniales que quitaban el hambre: anfetaminas, estamos hablando de principios de los años sesenta y aquéllo se vendía como si fueran aspirinas.

Como no podía dormir por las noches (gracias a las anfetaminas que la tenían como loca), volvió a llamar a mi tío el médico que por teléfono, le volvió a recetar unas pastillas buenísimas que la harían dormir: Doriden (somnifero, años sesenta).

Al pasar el tiempo (dos o tres meses) llamó otra vez a mi tío: "oye güero, me singo sintiendo igual y encima estoy engordando y siento blablabla"

"¿¿Qué?? Shela, ¡pareces nueva! ¡estás embarazada! dejas de tomar todo lo que estés tomando y te vienes inmediatamente a mi consultorio"

Allá que van mi madre y mi padre. Le toman la tensión a ella y la tiene por las nubes. La ponen en reposo absoluto y aún así va toda acinturada a tomar posesión de su cargo como tesorera en el sindicato de maestros y después de eso, se pasa los siguientes tres meses haciéndose a la idea de que yo venía en camino.

Por su parte papá estaba como loco de felicidad. Él que pensaba que no tendría más hijos, con lo que le gustaban los niños y que se había resignado a que no hubiera más porque no quería que mi madre se sometiera a ninguna operación y ahora esta sorpresa...

Pues si. Nací y contra todo pronóstico (edad de la madre, múltiples fármacos, hipertensión) nací normalita, con todos los dedos, todos los órganos y todo en su sitio y funcionando.

Mi mejor amiga dice que soy una superviviente. Yo creo que me tocaba estar aquí.

Mamá dice que el parto donde yo nací fue maravilloso, ¡ya había anestesia! Con mis hermanos la pobre tuvo que vivirlo todo en glorioso technicolor...